jueves, 20 de mayo de 2010

Referentes culturales del Capítulo XVIII del Quijote



Asignatura: Literatura y Sociedad 
Profesora: María José Rodríguez Campillo 
Grado de Lengua y Literatura Españolas 
Mayo de 2010
Índice

1. Introducción
2.  El texto del Capítulo XVIII 
3.  Referencias culturales
4.  Conclusiones 
5.  Bibliografía citada 



Introducción

La novela Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, cuya primera parte fue publicada por primera vez en 1605, está considerada una de las obras cumbres de la literatura universal.
Ambientada en el Siglo de Oro español, narra las desventuras de un hidalgo castellano que se vuelve loco de tanto leer libros de caballerías y decide convertirse en caballero andante.
Su autor asegura a lo largo del libro que no tiene otra intención que satirizar los libros de caballerías, que tanto éxito habían tenido en España durante el siglo XVI. Efectivamente, la obra tuvo una gran repercusión en la sociedad de su momento y contribuyó a desprestigiar un género ya en decadencia. Pero, aunque en un primer momento la novela provocó grandes carcajadas en sus lectores, por el corrosivo sarcasmo que desprendía, con los años, la crítica fue descubriendo en ella una fenomenal carga ideológica y cultural que todavía hoy sorprende y es objeto de estudio.
Sobre el Quijote y su contexto se han escrito una cantidad incontable de estudios. En el presente trabajo se hace referencia a algunos de ellos para explicar las referencias culturales del capítulo XVIII de la obra.
En este capítulo nos encontramos al protagonista de la obra que ha iniciado su segunda salida aventurera. Esta vez no es él solo quien ha empezado experimentar los sinsabores de la confrontación entre la realidad y su mundo imaginario: también su escudero, Sancho Panza, acaba de ser víctima de un manteamiento que su amo no ha sido capaz de impedir. A lo largo del capítulo, don Quijote protagonizará un enfrentamiento contra unas manadas de ovejas que imagina ejércitos y se dará de nuevo de bruces contra una realidad hostil.
El presente trabajo se estructura en dos partes. En la primera, se reproduce el texto de Cervantes con los referentes culturales numerados y destacados en negrita. En la segunda, se citan estos referentes por orden de aparición y se explica su significado.  




Capítulo XVIII. Donde se cuentan las razones que pasó
Sancho Panza con su señor Don Quijote,
con otras aventuras dignas de ser contadas

Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podía arrear a su jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo:
—Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta (1), de que es encantado (2) sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral (3) mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería (4), que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.
—También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero (6), pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos, según los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo. Así que, señor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en ál estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de todo esto es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega (6) y de entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra (7), como dicen.
—¡Qué poco sabes, Sancho —respondió don Quijote—, de achaque de caballería! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna.
—Así debe de ser —respondió Sancho—, puesto que yo no lo sé; sólo sé que, después que somos caballeros andantes (8), o vuestra merced lo es (que yo no hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra merced con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dice.
—Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho —respondió don Quijote—; pero, de aquí adelante, yo procuraré haber a las manos alguna espada hecha por tal maestría, que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada (9), que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante.
—Yo soy tan venturoso —dijo Sancho— que, cuando eso fuese y vuestra merced viniese a hallar espada semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el bálsamo (10); y los escuderos (11), que se los papen duelos.
—No temas eso, Sancho —dijo don Quijote—, que mejor lo hará el cielo contigo.
Es estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y, en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo:
—Éste es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama (12) por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.
—A esa cuenta, dos deben de ser —dijo Sancho—, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros (13) que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle:
—Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros?
—¿Qué? —dijo don Quijote—: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana (14); este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo (15), porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.
—Pues, ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? —preguntó Sancho.
—Quierénse mal —respondió don Quijote— porque este Alefanfarón es un foribundo pagano y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma (16) y se vuelve a la suya.
—¡Para mis barbas (17) —dijo Sancho—, si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere!
—En eso harás lo que debes, Sancho —dijo don Quijote—, porque, para entrar en batallas semejantes, no se requiere ser armado caballero.
—Bien se me alcanza eso —respondió Sancho—, pero, ¿dónde pondremos a este asno que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega? Porque el entrar en ella en semejante caballería no creo que está en uso hasta agora.
—Así es verdad —dijo don Quijote—. Lo que puedes hacer dél es dejarle a sus aventuras, ora se pierda o no, porque serán tantos los caballos que tendremos, después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante no le trueque por otro. Pero estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta de los caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y, para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos.
Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir:
—Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata (18); el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia (19); el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias (20), que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya (21), que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique (22); el otro, que bate las ijadas con los herrados carcaños a aquella pintada y ligera cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque (23), que trae por empresa en el escudo una esparraguera, con una letra en castellano que dice así: Rastrea mi suerte.
Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura; y, sin parar, prosiguió diciendo:
—A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están los que bebían las dulces aguas del famoso Janto (24); los montuosos que pisan los masílicos campos (25); los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia (26); los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte (27); los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo (28); los númidas (29), dudosos en sus promesas; los persas, arcos y flechas famosos; los partos, los medos (30), que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; los citas (31), tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis (32); los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo (33); los que gozan las provechosas aguas del divino Genil (34); los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y encierra.
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole a cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos!
Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y, como no descubría a ninguno, le dijo:
—Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.
—¿Cómo dices eso? —respondió don Quijote—. ¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?
—No oigo otra cosa —respondió Sancho— sino muchos balidos de ovejas y carneros.
Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
—El miedo que tienes —dijo don Quijote— te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante, y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo. Diole voces Sancho, diciéndole:
—¡Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ¡Vuélvase, desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios! (35)
Ni por ésas volvió don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo:
—¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alefanfarón de la Trapobana!
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía:
—¿Adónde estás, soberbio Alifanfuón? Vente a mí; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta.
Llegó en esto una peladilla de arroyo, y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o malferido, y, acordándose de su licor, sacó su alcuza (36) y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas, antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.
Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y, sin averiguar otra cosa, se fueron.
Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas (37), maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole:
—¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?
—Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pinté primero... Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda; llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.
Llegóse Sancho tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote; y, al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.
—¡Santa María! —dijo Sancho—, ¿y qué es esto que me ha sucedido? Sin duda, este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.
Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a su amo; y, como no las halló, estuvo a punto de perder el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.
Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo —tal era de leal y bien acondicionado—, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y, viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo:
—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que, no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.
—¿Cómo no? —respondió Sancho—. Por ventura, el que ayer mantearon, ¿era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas mis alhajas, ¿son de otro que del mismo?
—¿Que te faltan las alforjas, Sancho? —dijo don Quijote.
—Sí que me faltan —respondió Sancho.
—Dese modo, no tenemos qué comer hoy —replicó don Quijote.
—Eso fuera —respondió Sancho— cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es.
—Con todo eso —respondió don Quijote—, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna (38). Mas, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí; que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua; y es tan piadoso que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve sobre los injustos y justos (39).
—Más bueno era vuestra merced —dijo Sancho— para predicador que para caballero andante.
—De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho —dijo don Quijote—, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se paraba a hacer un sermón o plática, en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la Universidad de París; de donde se infiere que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza.
—Ahora bien, sea así como vuestra merced dice —respondió Sancho—, vamos ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados; que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato (40).
—Pídeselo tú a Dios, hijo —dijo don Quijote—, y guía tú por donde quisieres, que esta vez quiero dejar a tu eleción el alojarnos. Pero dame acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor.
Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, le dijo:
—¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte?
—Cuatro —respondió don Quijote—, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.
—Mire vuestra merced bien lo que dice, señor —respondió Sancho.
—Digo cuatro, si no eran cinco —respondió don Quijote—, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón ni de reuma alguna.
—Pues en esta parte de abajo —dijo Sancho— no tiene vuestra merced más de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.
—¡Sin ventura yo! —dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba—, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante (41). Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha orden de la caballería. Sube, amigo, y guía, que yo te seguiré al paso que quisieres.
Hízolo así Sancho, y encaminóse hacia donde le pareció que podía hallar acogimiento, sin salir del camino real (42), que por allí iba muy seguido.
Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y divertille diciéndole alguna cosa; y, entre otras que le dijo, fue lo que se dirá en el siguiente capítulo.


Referencias culturales

(1)   Venta. Corresponde a la cuarta acepción del DRAE: “Casa establecida en los caminos o despoblados para hospedaje de los pasajeros”. La venta, convertida por la imaginación de don Quijote en castillo, aparece ya en la primera salida del caballero y es el lugar donde es armado caballero mediante una pantomima del ventero.

(2)   Castillo encantado. Don Quijote confunde la venta con un castillo encantado. El concepto de castillo encantado aparecerá en múltiples ocasiones a lo largo del libro. Enrique Rull, citado en MONTERO REGUERA, J. (1997: 118), explica que Cervantes se trata de un tema presente en diversos libros de caballería como El Caballero Cifar y El Olivante de Laura.

(3)   Bardas del corral. Una “barda” es un tipo de cerramiento que circunda una propiedad. En el caso de la venta donde se encuentra don Quijote, probablemente se trata de la acepción 2.2 del DRAE: “Cubierta de sarmientos, paja, espinos o broza, que se pone, asegurada con tierra o piedras, sobre las tapias de los corrales, huertas y heredades, para su resguardo”. Se trata de una palabra en desuso en España pero aún vigente en algunos países de Hispanoamérica, donde existe la expresión “saltarse la barda”, en el sentido conseguir un éxito inesperado.

(4)   Leyes de la caballería. El Orden de la caballería fue primordialmente, y sobre todo en origen, el grupo militar de los protectores de la sociedad y la fe cristiana, pero las leyes de la caballería que tienen obsesionado a don Quijote se conforman sobre todo a partir del comportamiento que tienen los protagonistas de la novela caballeresca, que se puso de moda en Francia en el siglo XII, especialmente de la mano de Chrétien de Troyes.  RIQUER, M. (1989: 4) explica que estas novelas “son largas narraciones en verso en las que se relatan las aventuras caballerescas y los trances sentimentales de unos héroes que se finge que existieron en el lejano tiempo del rey Artús, personaje completamente fabuloso que, gracias a las leyendas y a mentiras de algunos historiadores, se creía que había reinado en Bretaña (o sea la Gran Bretaña insular) en el siglo VI de nuestra era y que se retrata como una especie de mezcla de Alejandro de Macedonia y Carlomagno”.

(5)   Armar caballero. Don Quijote ha sido armado caballero mediante una pantomima que se desarrolla en el capítulo III. Por lo que respecta al rito que se seguía en realidad, existen diferentes versiones.  RODRÍGUEZ GARCÍA, J.M. (2006) explica que “la segunda partida de Alfonso X (ca. 1280) junto con el Libro de la caballería de Ramón Llull son las obras de referencia que intentan fijar un ritual que se podría tomar como modelo”. El mismo autor hace un resumen de las actividades que conllevaba la ceremonia:
El aspirante, en primer lugar, debe pasar el día anterior en vigilia. Además debe estar vestido lo mejor posible, para lo cual será ayudado. Esa limpieza debe ser tanto física (paños y cuerpo), como espiritual. En curiosos hacer notar que Alfonso se toma la molestia en puntualizar que el ir limpio, y tomar los dos baños, (al principio de la vigilia y luego, antes de la propia ceremonia de la investidura) no implica un menoscabo de las cualidades varoniles del candidato, ni de su fortaleza, ni de su crueldad necesaria. En ese estado de recogimiento que debe ser el de la vigilia, se le informará de todo los trabajos y sufrimientos que ha de pasar al tomar la caballería. Acto seguido se pondrá a orar de rodillas, todo lo que pueda, pidiendo el perdón de sus pecados y la asistencia divina en la tarea que se le presenta. En cuanto a la vestimenta Alfonso X deja claro que antiguamente se hacía con toda las piezas armadas puestas (aunque no está claro si eso se mantiene en su ceremonial). Eso vendría a explicar la anotación de que posará de hinojos todo lo que sufra, ya que no era nada cómodo arrodillarse y mantenerse en esa postura completamente armado.
Así se supone que también pasaría la noche. En la mañana de la investidura se volvería a arreglar y descansaría brevemente en una cama. Acto seguido pasaría a oír misa.
Una vez concluida se presentará el que le ha de armarle caballero y le interrogará si está dispuesto a la investidura. Ante la respuesta afirmativa le ayudará a calzarse las espuelas, y le ceñirá la espada.
Una vez concluido todos los preparativos previos, y con la espada desenvainada se trasladará, si hace falta, al lugar de la ceremonia donde procederá a realizar un juramento triple: no dudar en morir por su ley (fe cristiana), por su señor natural, y por su tierra. Juramento que a veces so obviará más tarde.
Una vez pronunciado el juramento se le da la pescozada, para que no olvide lo que ha jurado. Al tiempo, los oficiantes y el postulante pedirán Dios no se lo permita olvidarlo. EL penúltimo acto es el beso (en el siglo XII se especifica que es en la boca) que se dan el nuevo caballero y quien le ha dado la pescozada, como símbolo de fe y de paz. Lo mismo hacen todos los caballeros presentes en señal de hermandad.
El siguiente rito es el de ceñir la espada. Recordemos que la espada había quedado desenvainada. Ahora, el que se llamará padrino, será el que le ciña de nuevo la espada al caballero novel. Este padrino puede ser su señor natural, un caballero honrado o un caballero bueno de armas. Por último ya sólo quedará festejarlo con un gran banquete e incluso con algún torneo (aunque lo prohibiese la iglesia), coincidiendo con fechas señaladas en el calendario. (RODRÍGUEZ GARCÍA, J.M. 2006)

(6)   Tiempo de la siega. El tiempo de siega en Castilla se desarrolla principalmente durante el mes de agosto. En el capítulo II hemos visto como don Quijote abandona su aldea en un día “de los más calurosos del mes de julio”. Pocos días después, inicia su segunda salida, pero esta vez con Sancho Panza (cap. VII) un labrador que debería estar trabajando en el campo, en el momento de máximo trabajo que es el tiempo de la siega. De hecho, según se explica en RODRÍGUEZ IGLESIAS, J.M. (s. f.), los protagonistas del Quijote abandonan su aldea en el momento en que “muchos otros jornaleros, por ejemplo los gallegos hacia Castilla León o los extremeños, murcianos y alicantinos hacia Castilla La Mancha, que buscaban trabajo en la siega por los pueblos castellanos” se dirigen a ella.

(7)   Andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra. Se trata de una expresión proverbial que ha dado lugar a muchos y diversos comentarios. En IRIBARREN, J.M. (1956: 71) aparece un resumen de ellos. Está claro —más aún por el contexto— que la expresión significa “andar de un lado para otro sin provecho” lo que es menos evidente y motivo de disputa entre estudiosos es el origen de las palabras. Entre otras, se apunta la posibilidad que se trate de un calco de la expresión catalana “córrer la Seca, la Meca i la Vall d’Andorra”, cuyo origen también es incierto.

(8)   Caballero andante. Don Quijote, en su locura, decidió convertirse en un caballero andante como el de los libros que ha leído. Martín de Riquer hace un resumen de las características esenciales de estos personajes:
(…) un ser de una fuerza considerable, muchas veces portentosa e inverosímil, habilísimo en el manejo de las armas, incansable en la lucha y siempre dispuesto a acometer las empresas más peligrosas. Por lo común lucha contra el mal —opresores de humildes, traidores, ladrones, déspotas, infieles, paganos—, pero su afán por la acción, por la “aventura”, es también una especie de necesidad vital y un anhelo por imponer su personalidad en el mundo. RIQUER, M. (1989: 3)

(9)   Amadís, el Caballero de la Ardiente Espada. Los Amadises son los caballeros andantes más citados por don Quijote. De hecho, son los protagonistas de un conjunto de novelas de gran éxito editorial en la España del siglo XVI. Parten de un personaje original, Amadís de Gaula, que se inspira en el Lancelot francés. Garci Rodríguez de Montalvo refundió diversas tradiciones entorno al personaje para escribir el libro Amadís de Gaula, cuya edición más antigua conservada data de 1508. Se trata de una obra que, en opinión de RIQUER, M. (1989: 5), “revela un escritor de fina sensibilidad, de gran traza y de elegantísimo estilo”. No se puede decir lo mismo del resto de los libros que siguieron la estela del éxito de Amadís de Gaula cuyo estilo, según el mismo autor, “degenera cada vez más y se hace más pomposo”.
Don Quijote cita indistintamente los distintos Amadises, pues los ha leído todos y todos han influido en su locura. En este caso, al citar al “Amadís, el Caballero de la Ardiente Espada” la alusión es un poco confusa, ya que cuando se cita “Amadís” sin más complemento i diciendo que tenía “una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo”, parece que se hace referencia al originario: Amadís de Gaula. Sin embargo, este era el de la “Verde Espada”. El de la “Ardiente Espada” es Amadís de Grecia, bisnieto del anterior.

(10)  Bálsamo. Las referencias a los bálsamos con propiedades sanadoras mágicas es una de las leyendas típicas de las novelas de caballería. Cervantes introduce el concepto en el capítulo X, cuando don Quijote le habla a Sancho del bálsamo de Fierabrás. En el capítiulo XVII le explica que se hace a partir de aceite, vino, sal y romero. Estos ingredientes se tienen que hervir y bendecir con ochenta padrenuestros, ochenta avemarías, ochenta salves y ochenta credos. Tanto don Quijote como Sancho ingieren el bálsamo, con efectos diferentes: el primero padece vómitos y sudores, mientras que para el segundo tiene un efecto laxante.

(11)  Escudero. Para su segunda salida (cap. VII), don Quijote convence a Sancho Panza, un labrador vecino suyo, para que le haga de escudero. En la realidad social de la Edad Media, los escuderos eran pequeños nobles que, al haber quedad sin fortuna a causa de la prevalencia del mayorazgo, se ponen al servicio de algún señor. El Tesoro de la Lengua define así al escudero:
El hidalgo que lleva el escudo al caballero, en tanto que no pelea con él. En la paz, los escuderos sirven a los grandes señores, de acompañar delante de sus personas, asistir en la antecámara y sala; otros están en sus casas, y llevan acostamiento de los señores, acudiendo a sus obligaciones militares o cortesanas a tiempos ciertos; los que tienen alguna pasada (es decir aquellos con mayores fortunas) huelgan más de estar en sus casas que de servir, por lo poco que medran y lo mucho que les ocupan. (COVARRUBIAS HOROZCO, S. 1995: 497).  

(12)El libro de la Fama. Don Quijote aparece en diversos fragmentos del libro preocupado por la imagen que dará de él el historiador que cuente sus hazañas. A este eventual libro es al que hace referencia aquí con la expresión de “libro de la Fama”. El filósofo Marcelino Javier Suárez Ardura hace un análisis de la importancia del concepto de “fama” en la ideología del Quijote y destaca que este es uno lo vocablos más frecuentes el libro:
Don Quijote define clara y distintamente lo que se entiende por fama: «andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa». Así pues, en palabras del hidalgo, sólo en el contacto de las lenguas y entre los hombres es posible la fama. Será entre las gentes donde se va constituyendo el «espacio de resonancia» de la fama de don Quijote. (SUÁREZ ARDURA, M.J. 2007).
(13)Manadas de ovejas y carneros (la trashumancia). El tema central de este capítulo es el encuentro de dos grandes manadas de ovejas y carneros que don Quijote imagina ejércitos. Se trata de una clara alusión a la trashumancia, el paso de ganado de las dehesas de verano a las de invierno y viceversa. En Castilla, este trasiego de ganado se realizaba por las denominadas cañadas, a las que se alude en otros momentos del libro.
Es muy interesante la aportación que hace el romanista Kurt Reichenberger sobre la recepción que debía tener en su tiempo la aventura del ataque del Quijote contra las ovejas:
En nuestros tiempos, el episodio es completamente absurdo. Es sólo un delito atroz de un maníaco cruel. Sin embargo, para los lectores contemporáneos a Cervantes el episodio tenía otro aspecto muy diverso. Les parecía que don Quijote tenía razón y se identificaban con su acceso de rabia contra las ovejas. En los siglos XV y XVI en España se vivía en gran parte de la producción y exportación de la lana. Los inviernos eran duros, de modo que los pastores, con sus rebaños, se movían a otros pastos en tiempos de primavera y otoño. Pasaban por sus rutas acostumbradas, las cañadas, y las llenaban con centenares de miles de carneros y ovejas. Es lo que se denomina la transhumancia, practicada todavía en algunos lugares de España. Para un viajero, un encuentro con un gran rebaño es una catástrofe. La marcha o la cabalgadura durante algunos días tras inmensas nubes de polvo era y es un verdadero desastre. Pero es que además, había todavía otro motivo de enfado popular. La supervisión de las cañadas estaba en manos de una organización potente de ganaderos, llamada la Mesta. (…) La influencia enorme de la Mesta tuvo su punto álgido en el siglo XVI. Pero su poder económico le había creado multitud de adversarios. No solamente campesinos pobres, sino también los ricos, la aristocracia y las autoridades locales. REICHENBERGER, K. (2005: 32).
Don Quijote, ensartando ovejas, estaría pues no sólo dando rienda suelta a su locura sino también convirtiéndose en héroe de viajeros y resentidos contra la Mesta.

(14)El grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana. Con la citación de este personaje imaginario, Cervantes comienza la creación de un conjunto de nombres de resonancias caballerescas. Sin embargo no corresponden a personajes reales ni de libros de ficción, sino parodias de estos últimos. En el caso de Alifanrarón, Cervantes juega con el nombre árabe “Alí” y el término “fanfarrón”. Así lo considera, por ejemplo, el hispanista Agustín Redondo, que hace esta interpretación del episodio ovejas:
En realidad, el origen de la guerra no puede ser más burlesco. El motivo del enfrentamiento radica en los amoríos de un moro fanfarrón (Alifanfarón) con la hija de un rey cristiano, cincoveces burro, caracterizado no por la fuerza de su brazo sino por el muñón que tiene (Pentapolín del Arremangado Brazo). REDONDO, A. (1998: 87).
Por otro lado, la isla de Trapobana, de donde es originario Alifanfaron, es el nombre que recibía Sri Lanka (Ceilán) en aquella época, si bien, según Francisco Rico, el topónimo aquí estaría utilizado en el sentido de “un lugar muy lejano, legendario” (RICO, F. 1998-2010).

(15)El rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo. Los garamantas, que vivían en el extremo sur de lo que se conocía por Libia, representaron durante mucho tiempo a los habitantes meridionales más extremos de la tierra conocida. Por lo que respecta a “Pentapolín del Arremangado Brazo” ya hemos visto la interpretación que le da Agustín Redondo; RICO, F. (1998-2010), en cambio, considera que “arremangado brazo” significa simplemente “con el brazo desnudo para manejar la espada sin que le moleste la armadura”.

(16)El falso profeta Mahoma. “Falso profeta” atribuido a Mahoma era un epíteto en la España ultracatólica de aquel tiempo. Sin embargo, teniendo en cuenta que el texto del Quijote supuestamente está reproducido de los papeles de un historiador árabe, no deja de resultar chocante esta afirmación. El filólogo José Manuel Martín Morán analiza esta contradicción, como otras que aparecen en el libro, y las considera como una inclinación hacia el destinatario, con la intención de sustentar opiniones bien arraigadas en el sentir colectivo. Según este enfoque,
que Zoraida juzgue a los árabes con prejuicios de cristiano o que Cide Hamete permita que don Quijote se refiera a su religión como “la ley de su falso profeta Mahoma” sólo se entienden si imaginamos que expresan la opinión más difundida entre los probables lectores-oidores del Quijote; en esto Cervantes se comporta, ni más ni menos, como un recitador oral, estándole a él permitido, en cuanto escritor con público retraído en su intimidad, un mayor esfuerzo de comprensión del problema y una mayor independencia de la inercia de las ideas establecidas. (MARTÍN MORÁN, J.M. 2008: 155)

(17)¡Para mis barbas! Equivale a “por lo más preciado”. RICO, F. (1998-2010) destaca que se trata de una fórmula de juramento que se encuentra ya en el Cantar de mío Cid. Mesar o repelar la barba de alguno era una de las mayores ofensas que se podían hacer”.

(18)Laurcalco, señor de la Puente de Plata. En relación al apelativo “Laurcalco” se han hecho algunas especulaciones, pero lo único consistente es que tiene resonancias caballerescas. Lo más interesante, sin embargo, es su título nobiliario, que resulta una clara alusión al refrán “al enemigo que huye, puente de plata. El origen se encuentra en una máxima militar que Melchor de Santa Cruz de Dueñas atribuyó a Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado también El Gran Capitán (1423-1515), según se documenta en IRIBARREN, J.M. (2002: 553). El autor toledano escribió: “El Gran Capitán decía que los capitanes o soldados cuando no había guerra eran como chimeneas en verano (…) Él mismo decía: al enemigo que huye hacedle la puente de plata”. Esta expresión fue utilizada a menudo por los escritores del Siglo de Oro y en el Quijote mismo aparece el protagonista diciendo: “Deteneos y esperad, canalla malandrina; que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacedle la puente de plata” (segunda parte, cap. LVIII).

(19)Micocolembo, gran duque de Quirocia. Se trata de un apelativo de interpretación poco clara. Ludovik Osterc lo atribuye con contundencia, aunque sin muchas justificaciones:
Con el apodo de “el temido Micolembo” aludió Cervantes a Bernardino de Velasco, Conde de Salazar, que tuvo el encargo de expulsar a los moriscos de las dos Castillas, la Mancha y Extremadura, encargo que llevó a cabo con extrema crueldad, de ahí el adjetivo “temido”, y que era feo como un mono, de allí “Mico-colembo”. OSTERC, L. (1988: 332)

(20)Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias. Hay acuerdo entre los estudiosos en que “Brandabarbarán” está compuesto a partir del italiano “brando” (espada), pero mientras RICO, F. (1998-2010) relaciona el resto de la palabra con barba y bárbaro, OSTERC, L. (1988: 336) asegura que “barbarán significa “el que maneja con destreza”. Tampoco hay acuerdo en lo que respecta a “Boliche”: para el primer autor está relacionado con el significado de “boliche”, en germanía: ‘garito donde se juega, sobre todo si de él depende un prostíbulo’; en cambio, el segundo, lo relaciona con la ciudad de Boli, cercana a Constantinopla.
Las tres Arabias hace referencia a una división que se hacía en aquella época de la península arábiga: pétrea (la zona norte), feliz (el centro) y desierta (las costas del Mar Rojo).

(21)Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya. Actualmente existen diversas regiones en el mundo llamadas “Nueva Vizcaya”, sin embargo, todo apunta a que Cervantes aquí sólo quiere introducir un topónimo exótico de resonancias ultramarinas.

(22)Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique. “Pierres Papín”, según  ALBAIGÈS I OLIVART, J.M. (2005), fue un personaje real, de la época, un aristócrata tristemente célebre, por las palizas que les pegaba a las mujeres. Pero, como en la mayoría de los casos, el antropónimo está abierto a múltiples interpretaciones. La mayoría de autores coinciden en relacionarlo con un fabricante de naipes.

(23)El duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque. Según RICO, F. (1998-2010) “espartafilardo” se trata de un nombre creado, seguramente, por cruce entre esparto y filáciga ‘cabo de cuerda’, término empleado, sobre todo, en marina.

(24)Janto. A partir de este punto, don Quijote deja de citar caballeros y se centra en la procedencia de los soldados que los acompañan, normalmente haciendo referencia al río que baña las tierras de donde vienen. Empieza describiendo a los del ejército musulmán. Los primeros vienen del Jando, (o Xanto, según las ediciones): lugar de resonancias homéricas, ya que este río (también llamado Escamandro) era el río que discurría junto a Troya. Es el actual Menderes Çay turco, que discurre por entero dentro de la provincia de Çanakkale.

(25)Masílicos campos. Hace referencia a la región de Masila, ubicada en el norte de África, cerca de las montañas del Atlas.

(26)La felice Arabia. Se refiere a la denominada “Arabia feliz”, que es como se aludía en aquella época a la zona donde actualmente se encuentra el Yemen. La utilización por parte del Quijote de la forma “felice” es una evocación el estilo arcaizante de los cantares de gesta. Se trata de una técnica denominada paragoge y que consiste en añadir un fonema o más, etimológico o no, al final de una palabra. Se denomina también epítesis y se utilizaba en el romancero y en la versificación o métrica para aumentar artificialmente el cómputo silábico del verso. Ramón Menéndez Pidal explicó que la paragoge épica de los cantares de gesta y de los romances poseía la función de dar un carácter arcaico a la lengua.

(27)Termodonte. Río localizado en el norte de Turquía, al oeste de Capadocia. En la mitología griega, en las márgenes del río Termodonte se encontraba la legendaria capital de las Amazonas, Temiscira.

(28)Pactolo. Se trata de otro rio situado en Turquia, pero en la parte de la costa egea. Actualmente no es más que un torrente, pero en la antigüedad ganó fama porque, según las leyendas griegas, en él se encontraba oro.

(29)Númidas. Originarios de Numidia, una región del norte de África, en lo que hoy es la frontera entre Argelia y Túnez.

(30)Persas, partos y medos. En este fragmento, don Quijote cita tres pueblos antiguos de Persia, un imperio cuyo núcleo se corresponde con el que hoy en día es Iran.

(31)Citas. O escitas, era el nombre que se daba en la antigüedad a un grupo de pueblos que habitaban en Asia Central. RICO, F. (1998-2010) destaca “que la crueldad y blancura de piel de los escitas era un lugar común en la literatura de la época; en ella se identificaban con los tártaros”.

(32)Betis. Es el nombre que recibía el Guadalquivir en la antigüedad. El río, que cruza Andalucía, le sirve a don Quijote aludir al reino de Sevilla.

(33)Tajo. El rio más largo de la Península Ibérica, nace en la provincia de Teruel y desemboca en Lisboa. La alusión al Tajo corresponde al reino de Toledo.

(34)Genil. Rio de Andalucía que baña la ciudad de Granada.

(35)¡Pecador soy yo a Dios! Se trata de una frase que equivale a “¡Pecador de mí!’”. El canónigo Salvador Muñoz Iglesias la pone como ejemplo de las muchas expresiones idiomáticas banales “cuya abundancia a veces parecería rozar lo que la moral condena como el empleo del nombre de Dios en vano. En todo caso, el origen de tales expresiones ahonda sus raíces en un ambiente de profunda religiosidad, en el que Dios lo llena todo”. (MUÑOZ IGLESIAS, S. 1989: 132).

(36)Alcuza. Esta “alcuza”, recipiente donde guarda el bálsamo, ya ha aparecido en el capítulo anterior XVII del Quijote, donde el propio autor la define como una “aceitera de hoja de lata”. Sobre ella, don Quijote dijo “más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos”. Autores como (OSTERC, L. 1988: 183) apuntan que “la escena tiene cierto parecido con el oficio de misa, y por lo mismo representa una caricatura de ella”.

(37)Arrancarse las barbas. Se trata de una expresión que aparece en dos ocasiones en el Quijote. Sirve para expresar un sentimiento de contrariedad y sufrimiento, pero también tiene connotaciones de estilo literario, como pone de relieve Bénédicte Torres:
La expresión arrancarse las barbas es una variante paródica de mesarse las barbas que figura en los textos épicos antiguos y del Romancero. Esta manifestación de dolor es, además, corriente en las civilizaciones mediterráneas. (TORRES, B. 2002: 185)

(38)Dioscórides, ilustrado por el doctor Laguna. Se refiere a Pedanio Dioscórides Anazarbeo, que fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia. Su obra De Materia Medica alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad Media y el Renacimiento. Andrés Laguna, quien fue médico de Carlos V, tradujo el libro al castellano y lo ilustró, de ahí la alusión de don Quijote.

(39)Llueve sobre los injustos y justos. El párrafo que don Quijote concluye de esta manera está tomado del Evangelio de Mateo. Estas resonancias bíblicas le hacen pensar a Sancho que su amo debería ser predicador.

(40)Dar al diablo el hato y el garabato. Se trata de una frase hecha poco habitual y sobre cuyo significado existen diversas versiones. Una de las más consistentes es la de Manuel Martín Sánchez, que la define como:
Frase para manifestar gran enojo o desesperación. Hato es la ropa y objetos que uno tiene para el uso preciso y ordinario, y garabato es el gancho de hierro del que se cuelga las cosas. Por eso el dicho significa darlo todo, desesperarse sin importar las consecuencias. (MARTÍN SÁNCHEZ, M. 2002: 130).

(41)Más se ha de estimar un diente que un diamante. Esta frase y otras que aparecen en el fragmento se han convertido en frases hechas utilizados por dentistas citando a Cervantes. La importancia que el autor da al drama de la pérdida de los dientes es uno de los elementos que sitúa a El Quijote en la senda del realismo, como pone de relieve Milan Kundera:
El pobre Alonso Quijada quiso alzarse al personaje legendario de caballero errante. Cervantes consiguió, para toda la historia de la literatura, precisamente lo contrario: rebajó al personaje legendario: al mundo de la prosa. La prosa: esta palabra no significa tan sólo: un lenguaje no versificado; significa también: el carácter concreto, cotidiano, corporal de la vida. Ni Aquiles ni Ulises nunca se las tenían con sus dientes; en cambio, para don Quijote y Sancho, los dientes son una preocupación constante, dientes que duelen, dientes que faltan. (KUNDERA, M. 2005, 6 de enero).

(42)Camino real. Es el nombre que se daba a una serie vías principales que hoy en día se han convertido en calles o carreteras. En este caso, el autor hace referencia al Camino Real de la Plata, que comunicaba dos de las ciudades claves de la historia medieval española, Toledo y Córdoba, y que era de paso obligado entre Castilla y Andalucía.
Por otro lado, también podemos interpretar que la polisemia del término “real” le sirve a Cervantes para recordar que, como consecuencia de los golpes recibidos, don Quijote ha vuelto al “camino de la realidad”, del que se había extraviado.


Conclusiones

Hemos visto que el capítulo analizado empieza con alusiones a la vida rural de la Castilla del siglo XVI: la venta, las bardas del corral, el tiempo de la siega… Este tipo de referentes van apareciendo a lo largo del capítulo, en particular con las referencias a la trashumancia y a las vías pecuarias.
Sin embargo, este entorno real es imaginado con por don Quijote con un filtro que le transporta a otro universo cultural muy distinto: el de los libros de caballería. Los caballeros andantes, la ceremonia de ser armado caballero, los bálsamos, los escuderos… no son realidades existentes en la sociedad del siglo XVI, pero sí que forman parte del imaginario cultural de las personas que en él vivían.
Este contraste se nos muestra también con los diversos niveles de lenguaje que utilizan don Quijote y Sancho: mientras el escudero nos completa el retrato social con su conjunto proverbios populares, en el discurso de don Quijote abundan las citas eruditas y las parábolas evangélicas.
Así pues, si analizamos los referentes culturales del capítulo, como de la obra en su conjunto, nos encontramos con universos culturales opuestos y complementarios.
Pero el aspecto más destacable de este capítulo XVIII es como don Quijote convierte dos rebaños en dos grandes ejércitos, uno de pagano y el otro de la cristiandad. Con una narrativa de resonancias homéricas, Cervantes pone en boca de don Quijote una retahíla de tópicos culturales que mucha gente de su tiempo daba por verdaderos. Ya lo advierte Cervantes:
¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole a cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos!
Desde las características etnográficas de los pueblos lejanos hasta las particularidades geográficas de los lugares citados se convierten en un desfile caricaturesco de lugares comunes que habitaban en la mente de los receptores de los libros de caballerías.
De esta manera, el capítulo analizado no constituye sólo un retrato de un conjunto de elementos culturales de su época, sino también de los referentes ideológicos de aquella sociedad.


Bibliografía citada

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