sábado, 22 de mayo de 2010

Crítica literaria en el Quijote

Asignatura: Literatura
Primer curso del Grado de Lengua y Literatura Hispánicas
Profesora: María José Rodríguez Campillo
Mayo de 2010
Índice

Introducción
Las voces de la crítica literaria en el Quijote
     El propio Cervantes y su amigo imaginario.
     Don Quijote
     El cura
     El canónigo
     El barbero
     El ama de llaves y la sobrina de don Quijote
     El ventero
     Maritornes y la hija del ventero
Los libros quemados y los libros salvados
     Libros de caballerías
     Otros géneros
Conclusiones
Bibliografía citada



Introducción    


Don Quijote de la Mancha, cuya primera parte Miguel de Cervantes llevó a imprenta en 1605, es conocido universalmente como una de las obras cumbres de la literatura. Tanta es la fascinación que ha despertado a lo largo de los siglos, que miles de libros han intentado descubrir sus secretos y encontrar en él sentidos ocultos.
Sin embargo, lo que Cervantes remarca desde el principio de su obra, e insiste en ello múltiples veces, es que el libro no pretende otra cosa que poner de relieve lo dañinos que son los libros de caballerías. Es decir, en el fondo se trata de crítica literaria.
Martín de Riquer considera que éste es un elemento que no debemos perder de vista en ningún momento:
El Quijote abunda en intenciones y tiene un profundo sentido y su validez es tal que se ha impuesto universalmente a través de los siglos y de las lenguas y siempre ha interesado y ha dicho algo nuevo a hombres de las más dispares mentalidades. Pero Cervantes insiste con harta frecuencia que el propósito o deseo que le ha llevado a escribir su novela ha sido el de desterrar la lectura de los libros de caballerías. Tenemos, pues, la obligación de reparar en este aspecto. RIQUER, M. (1989: 59)
La crítica literaria, de este género en concreto, es un aspecto fundamental del libro. Pero una crítica muy especial. En la época en que se escribió el Quijote los libros de caballería estaban siendo objeto de una profunda crítica por parte de los pensadores de la época. RIQUER, M. (1989: 60-61) hace un compendio del tipo de censuras que recibían estos.
Por lo que respecta a los autores:
- Son personas ociosas y despreocupadas, que pierden el tiempo escribiendo necedades.
- Son iliteratos, escriben mal y han leído pocos libros.
- Son mentirosos, enemigos de la verdad y de la historia auténtica.
En cuanto a los lectores:
- Son incitados a la sensualidad y al vicio.
- Hacen perder el tiempo y son lectura propia de personas ociosas.
En vista de tales inconvenientes, los libros de caballerías deberían ser prohibidos, castigados o quemados.
Cervantes se hace eco de todas estas críticas en su obra. Crea un personaje ficticio, don Quijote, enajenado por la lectura de estos libros y le pone ante un conjunto de circunstancias grotescas que ponen de relieve la contradicción entre el mundo de las caballerías y la realidad del siglo XVI español.
Recibido en su época como una novela que hacía leer a sus lectores, en un momento en que la novela de caballerías ya era un género pasado de moda, la crítica de los siglos siguientes ha ido descubriendo en él una carga de profundidad contra aquella sociedad que los recibía con furor.
Pero ya puestos en el ámbito de la crítica literaria, Cervantes decide no limitarse al mundo de las caballerías. Su novela se convierte en un compendio de los estilos literarios de la España del siglo XVI, mostrando lo mejor y lo peor de ellos, y creando continuos juegos meta literarios en los Cervantes llega a valorar i criticar su propia obra.
Para hacerlo, Cervantes crea un conjunto de personajes que van a representar diversas visiones del mundo y de la recepción de la literatura.
En la primera parte de este trabajo, “Las voces de la crítica literaria en El Quijote”, se analizan algunas de estas voces y su papel en la crítica.
Ellos expresan sus opiniones sobre los libros de caballería, pero también sobre el resto de la producción literaria de la época e incluso sobre el sentido de la obra de arte. Esta reflexión está presente básicamente en tres momentos de la novela:
-       Alrededor del capítulo VI, cuando el cura dirige el “donoso escrutinio de la biblioteca de don Quijote”,
-       En el capítulo XXXII, en el que el personaje del ventero se convierte en el arquetipo real (y no enloquecido) del lector que se lee y se cree los libros de caballerías.
-       En los capítulos en que interviene el canónigo (a partir del XLVII), que esboza su concepto de buena literatura y la pone en contraposición a la que le gusta al público.
A través del análisis de estos personajes, pues, nos hacemos una idea de las opiniones de Cervantes.
La segunda parte de este trabajo, “Los libros quemados y los libros salvados”, hace un repaso pormenorizado de los libros sometidos a escrutinio del capítulo VI y otros sobre los que se expresa la opinión a lo largo de la obra. Se sitúan en su contexto, se relacionas las opiniones que sobre ellos versan los personajes del Quijote y, finalmente, se les atribuye una calificación en función de estas opiniones.




Las voces de la crítica literaria en El Quijote
El Quijote no es un libro de crítica literaria sino un libro de aventuras. Cierto es que el narrador omnisciente da a menudo su opinión, critica a su desventurado protagonista por las lecturas que tiene y tercia en las opiniones relativas a los libros que tienen los personajes de la obra.
Pero no podemos creer que la voz de la crítica literaria de Cervantes nace sólo de la boca del narrador. Al contrario: a través de los distintos personajes que intervienen, conocemos es donde aparece la mayor parte de la crítica literaria del libro.
No hay que olvidar lo que destaca Montero Reguera:
Todos o casi todos los personajes de la novela leen, o han asistido a lecturas orales de textos de ficción: Juan Palomenque el Zurdo (el ventero); el canónigo que dialoga con don Quijote sobre caballerías y teatro en los capítulos 47 y 48 de la primera parte, etc. MONTERO REGUERA, J. (2006: 80).
Así pues, cada uno de ellos tiene su opinión formada y representa un arquetipo de la crítica literaria de su tiempo.

El propio Cervantes y su amigo imaginario
El autor del libro no está ausente a lo largo del libro: hace comentarios sobre sus supuestas fuentes, comenta las desdichas de los personajes… pero es en el prólogo donde Cervantes más ejerce de crítico literario. De entrada, se explaya haciendo una crítica irónica al modo de escribir libros en su época, cuando lamenta que presenta su obra
sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los creyentes, y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes (prólogo).
A continuación Cervantes se burla también irónicamente de la costumbre de anteponer a los libros poemas laudatorios y citas eruditas.
Pero si no era suficiente su intención socarrona al expresar su opinión sobre la literatura de la época, Cervantes introduce después la figura de un amigo imaginario que le aconseja sobre cómo tiene que presentar el libro: lleno de muestras de falsa erudición y de bibliografía inventada. Para el amigo, que habla sin ambages, Cervantes tiene que adaptar su libro a los usos literarios de la época y si el Quijote no tiene citación de autores famosos
El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra.
De esta manera, Cervantes lanza una indirecta invectiva contra Lope de Vega que incluyó una lista con 267 autores citados.

Don Quijote
Cuando Cervantes nos hace la primera descripción de don Quijote y explica que se volvió loco por sus lecturas, no niega que tenga criterio a la hora de leer. Al contrario, lo tiene muy claro: de todos los libros de todos los libros, “ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entrincadas razones suyas le parecían perlas”. Y, a continuación añade un ejemplo paródico de la enrevesada prosa de este autor.
Así pues, podemos considerar que Cervantes pone en boca de don Quijote las máximas alabanzas hacia los que el autor considera los peores escritores. Así pues, de entrada, podemos pensar que Cervantes, a través de don Quijote, hace una crítica irónica, que debemos interpretar en el sentido opuesto al que es emitida.
Sin embargo, la personalidad de don Quijote no se agota ahí. Joaquín Aguirre ha puesto de relieve la especificidad de don Quijote como “lector por excelencia”:
Cuando decimos que don Quijote es el lector por excelencia nos referimos precisamente a su capacidad de enajenación en la lectura. José Saramago dijo en una ocasión que “todo lector quisiera ser don Quijote”, porque don Quijote es el ser-personaje para el que la lectura es la fuente de vida y transformación personal. AGUIRRE BELLVER, J. (2003: 106).
Otros autores han destacado la contradicción que supone el hecho que, en realidad los hidalgos de la época no leían, mientras que don Quijote era un lector empedernido. José Montero Reguera lo analiza así:
Ahora bien, si el protagonista principal de nuestra novela pertenece a  una clase social que, tal como ha sido retratada por la literatura, no lee libros de ficción, ¿por qué aparecen estos en el Quijote? ¿Se podría considerar como una falta de verosimilitud o de decoro? Más bien al contrario, si uno se acerca al Quijote desde el procedimiento literario en que se ha escrito, esto es, la parodia; ¿cómo no haber libros en un libro que es una parodia de los libros de caballerías? Independientemente de otras razones, sin duda complementarias, como el indudable gusto cervantino por la lectura, los libros se hacen necesarios para hacer verosímil el personaje principal de la novela: un hidalgo que se vuelve loco per leer libros de caballerías; así se contribuye a cumplir con el precepto clásico de decoro. MONTERO REGUERA, J. (2006: 78).
En cualquier caso, la mayoría de los críticos considera que don Quijote es el personaje ideal, creado por Cervantes, para discutir con él a través de los otros personajes que aparecen en la novela. Así lo entiende Martín de Riquer:
En el Quijote se habla con gran frecuencia de los libros de caballerías y muy a menudo se discute y se polemiza sobre ellos. El protagonista de la novela, don Quijote de la Mancha, no tan sólo ha perdido el juicio leyendo este tipo de literatura sino que se constituye en el defensor de su verdad, de su valor, de su eficacia y de su actualidad. Y varias veces encuentra a personas que le discuten sus opiniones y pretenden convencerle de que está equivocado. En boca de estos contradictores de don Quijote está hablando el propio Cervantes. RIQUER, M. (1989: 64).

El cura
Cervantes presenta al cura, el licenciado Pedro Pérez, como “hombre docto, graduado en Sigüenza” (cap. I), lo que podría representar una alusión irónica al escaso prestigio que tenían las universidades menores, una de las cuales era la de Sigüenza. Sin embargo, dado que es el personaje del libro que más opiniones da, y más argumentadas, debemos entender, en la lógica del libro, que es el principal alter ego de Cervantes en la crítica literaria.
Cuando el ama de llaves clama porque se quemen todos los libros de don Quijote, el cura es partidario de la prudencia y de analizar uno por uno su contenido: “Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen el castigo del fuego” (cap. VI).
Así pues, a pesar de ser el gran inquisidor que quema la biblioteca de don Quijote, también es el personaje del capítulo que, como ha leído la mayoría de libros, es capaz en encontrar en ellos algo bueno, como indica Joaquín Aguirre:
Para el cura, la enfermedad de Don Quijote está sin duda provocada por la lectura de libros de historias de la caballería. Pese a que en su discurso se dedique a vituperarlos, el cura acabará admitiendo que los libros de caballerías son buenos cuando proporcionan descanso del trabajo, siempre que cumplan una serie de normas de tipo horaciano. AGUIRRE BELLVER, J. (2003: 108).
Podemos pensar, pues, que Cervantes expresa sus opiniones sobre los libros a través del cura en el capítulo VI. Sin embargo, deja pendiente la cuestión de la teoría literaria, para el momento de la conversación entre el cura y un nuevo personaje: el canónigo.

El canónigo
En el capítulo XLVII aparece un nuevo personaje de se encuentra a don Quijote enjaulado por sus vecinos y se interesa por su situación. Se trata del canónigo de Toledo que, en conversación con el cura, muestra tener la misma opinión que éste sobre los libros de caballerías. Pero si el cura se limitó a hacer una clasificación de libros “buenos y malos” en función de su realismo y de otras peculiaridades más subjetivas, el canónigo hace una reflexión global sobre la calidad de la obra de arte y su recepción.
El canónigo es el característico crítico literario que no necesita leerse un mal libro entero para poder valorar su contenido. Así explica al cura que, de este tipo de libros, aunque ha leído “casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cual menos, todos son la mesma cosa (…) atienden solamente a deleitar, y no a enseñar” (cap. XLVII).
Ahí el canónigo ha introducido un elemento más en la crítica literaria. Para él, un buen libro debe ser como las “fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente”. Las fábulas a las que se refiere el canónigo son claramente inverosímiles, pero tienen una función didáctica.
En este sentido, AGUIRRE BELLVER, J. (2003: 109) asegura que “tradicionalmente, la crítica ha relacionado el pensamiento de Cervantes con las ideas del Canónigo porque este personaje ofrece una alternativa al problema de la ficción”.
El otro elemento destacable de la crítica que ejerce el canónigo es el punto de vista clasicista de la historia del arte: “el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante, y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno” (cap. XLVII). Es decir, el canónigo explicita el concepto de arte contra el que clamarán los románticos tres siglos más tarde, al tiempo que entronizarán a don Quijote como su héroe.
Este punto de vista clasicista es también compartido por el cura, que al principio del capítulo XLVIII se queja de que los autores de los libros de caballerías no se atienen “ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los príncipes de la poesía griega y latina”.
La reflexión del canónigo concluye mirando al lado de receptor y se queja de que, cuanto más disparatadas son la obras, más éxito de lectores obtienen:
“el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen y los actores que las representan dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo, y no de otra manera, y que las que llevan traza y siguen la fábula como el arte pide, no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de entender su artificio” (cap. XLVIII).
Llevado ya el análisis más allá del mundo de los libros de caballerías, la réplica del cura ya le sirve a Cervantes para atacar una vez más las innovaciones de Lope de Vega y la defensa del teatro renacentista. De hecho, la conversación entre ambos clérigos lleva a la comparación del nuevo teatro con los libros que se están criticando. Así, según ha puesto de relieve Luis Andrés Murillo, “al equiparar, en sus defectos artísticos, los viejos libros de caballerías impresos y las comedias de Lope de Vega, Cervantes contrapone un género ya desprestigiado en 1604 y una forma dramática reciente y triunfante” (CERVANTES, M. 1978: 568).

El barbero
Maese Nicolás es el principal interlocutor del cura durante el escrutinio del capítulo VI. Sin embargo, sus opiniones no se oyen con fuerza. Sabemos, sabemos, en el capítulo I que participa en discusiones sobre cuál es el mejor caballero. Su favorito es el Caballero del Febo. También sabemos que prefiere a Don Galaor, el hermano de Amadís de Gaula, a éste último. De todas maneras, su papel en el escrutinio es totalmente pasivo y no se opone a ninguna de las decisiones del cura.

El ama de llaves y la sobrina de don Quijote
El ama de llaves es el primero de los personajes del libro que, ante el cura y el barbero, afirma que “estos malditos libros de caballerías que [don Quijote] tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio” (cap. V).
La sobrina de don Quijote, que aparece a continuación, califica los libros de “desalmados” y es la que propone que “quemaran todos estos descomulgados libros; que tiene muchos, que bien merecen ser abrasados, como si fuesen herejes” (cap. V).
Incluso cuando el cura ya ha decidido hacer la selección de cuáles merecen ser quemados y cuáles no, ellas siguen insistiendo en quemarlos todos, “tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes” (cap. VI).
Por lo que respecta a la novela pastoril, la sobrina de don Quijote tiene una opinión contundente: de debe quemarse todo porque teme que su tío se olvide de la idea de hacerse caballero andante y, entonces “se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza” (cap. VI).
Así pues se trata de dos mujeres que, desde escasa formación, pueden representar la masa que se lleva irracionalmente a la destrucción de cualquier instrumento cultural que no es de su agrado.
Lo peor es que, como destaca Baker, su papel no es menor:
Habían pasado revista a una mínima parte de la biblioteca, unas treinta y dos obras, salvando las que a juicio del cura no merecían ser pasto de las llamas. Al final se aburre, les da pereza y el episodio tiene un desenlace irónico y terrible: quien resuelve el asunto es el personaje menos culto y socialmente menos calificado de aquella casa, el ama, que frente al cura representa el brazo secular. Ella, sin distingos ni matices de ningún género, quema todos y cada uno de los libros que hay en la casa. BAKER, E. (1997: 161).


El ventero
Juan Palomeque, el ventero, nos es introducido como crítico literario cuando el cura le explica que son los libros de caballerías los que han hecho enloquecer a don Quijote. El ventero, a quien le encantan, replica diciendo:
No sé yo cómo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, muchos segadores y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeándonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas” (cap. XXXII).
El ventero tiene tres libros y también tiene su propia opinión sobre cuáles son mejores y cuales peores: cuando el cura le insinúa que debería seguir con la quema de libros, el ventero le dice que “si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y dese Diego García; que antes dejaré quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros”.
Precisamente ése del Gran Capitán es el único que el cura considera aceptable, porque se atiene a la verdad histórica. Los otros, en cabio, completamente fantasiosos, son los que el ventero no se dejaría arrebatar por nada del mundo.
El historiador José Enrique Ruiz-Domènec ve en el personaje del ventero el retrato de una sociedad que va más allá de la España del siglo XVI:
El cura subraya en cada una de sus palabras la naturaleza del mal que invade su país, que no es otra cosa que la falta de distinción. El ventero prefiere la literatura basura a un testimonio veraz sobre la brillante actuación de un compatriota suyo. De ese modo, los ideales de la caballería se convierten en una serie de extravagancias sólo posibles en la ficción, y el placer consiste precisamente en que tales extravagancias constituyan la única imagen de la caballería. (…)
Esa actitud, que inquieta a Cervantes y provoca la risa a sus lectores, se fue extendiendo por la sociedad española. El gesto del ventero será el modelo de muchas vulgaridades apoyadas en las frases hechas del refranero popular. Le sostiene un tenue sabor a conservadurismo popular, el recuerdo de muchas revueltas contra los sueños políticos de la caballería. Su patriótica altanería y desprecio por los gustos “extranjeros” será una bandera venerada a lo largo de los siglos. RUIZ-DOMÈNEC, J. E. (2005).
Así pues, nos encontramos a un personaje que cree a pies juntillas en las historias caballerescas. Entonces nos podemos plantear: ¿está también loco como don Quijote? La reflexión la hace Joaquín Aguirre:
A los lectores se nos presenta entonces la cuestión de por qué Don Quijote es un loco y el Ventero no lo es, cuando ambos creen que las historias que se cuentan en los libros de caballerías son reales. (…) La diferencia fundamental entre don Quijote y Juan Palomeque está en que al segundo le falta la voluntad de transformación, el “querer ser” del hidalgo. Ambos confunden la realidad y la ficción, pero por motivos diferentes. Don Quijote se ha trastornado por poseer demasiados conocimientos sobre libros de ficción, y Juan Palomeque los confunde por ignorancia. AGUIRRE BELLVER, J. (2003: 111).
De hecho no es sólo el Ventero quien cree en la veracidad de las historias: cuando se hace el escrutinio y quema de los libros en casa de don Quijote, el ama también cree que son verdad los hechos que se cuentan.
El ventero es, en suma, el lector más prototípico de los libros de caballerías del XVI: una persona que no se puede calificar de loco porque lleva una vida normal, pero que no tiene la suficiente capacidad de raciocinio como para entender la línea que separa la verdad histórica de la ficción literaria.

Maritornes y la hija del ventero
Así como a los dos personajes femeninos que aparecen en el capítulo VI les vemos implemente una siniestra voluntad de destrucción de la letra impresa, en el capítulo XXXII encontramos otros dos que tienen características muy distintas. Lo cierto es que los hombres del capítulo no las dejan hablar mucho —el ventero rápidamente manda callar a su hija— pero descubrimos que tienen una opinión matizada sobre los libros.
Ambas son lectoras —entendiéndose oyentes— de los libros y ambas encuentran algo que les gusta de ellos.
Por un lado, Maritornes, la sirvienta, aparece como la defensora de una de las cosas por las que los libros de caballerías eran precisamente más atacados: la sensualidad.
Por otro, a la hija del ventero, le gusta el sentimentalismo que de ellos se desprende, aunque acabe de entender las historias que explican.
Cervantes, pues, con estos dos personajes, introduce una nueva voz crítica, la del público femenino. Por bien que sólo lo hace a un nivel superficial, la presencia de estas voces nos da entender se debía tratar de un relevante segmento del público.



Los libros quemados y libros salvados

Los personajes citados permiten a Cervantes expresar sus opiniones sobre los diversos libros. Es difícil saber hasta qué punto el autor se identifica con sus opiniones. Si nos atenemos al propósito que Cervantes expresa en el prólogo, hay que pensar que lo que dicen el cura y el canónigo es lo que más se acerca a su punto de vista. Pero el propio prólogo está cargado de ironías, como lo están también las intervenciones de estos personajes.
Así pues, sin pretender afirmar que coincida con a las íntimas convicciones de Cervantes, a continuación es un compendio de las opiniones vertidas por estos personajes sobre los libros que son escrutados:
(+) Libros o autores sobre los que se expresan opiniones positivas.
(·) Libros o autores sobre los que se expresan opiniones matizadas.
(-) Libros o autores sobre los que se expresan opiniones negativas.

Libros de caballerías

(+) Los cuatro libros de Amadís de Gaula. Don Quijote considera Amadís de Gaula “el mejor caballero” (cap. I), junto con Palmerín de Inglaterra. El barbero, en cambio, lo considera un “llorón” (cap. I). Más allá de estas discusiones de taberna, este libro acabará siendo salvado por el cura por ser mejor que los otros.
Las historias de Amadís de Gaula tuvieron gran circulación en el siglo XIV pero la primera versión que a nosotros nos ha llegado es la refundición que hizo Garci Rodriguez de Montalvo, publicada en 1508 bajo el título de Los cuatro libros de Amadís de Gaula.
Esta obra es la primera obra a la que pasan revista en el capítulo VI del Quijote y el cura dice que “este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste”. Por esta razón debería ser quemado. Pero el barbero interviene y afirma que “he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así como a único en su arte, se debe perdonar.
El punto de vista expresado por boca del barbero es compartido por la crítica actual. Así lo expone Martín de Riquer:
El Amadís de Gaula, en líneas generales inspirado en el Lancelot y en el Tristán, revela un escritor de fina sensibilidad, de gran traza y de elegantísimo estilo, hasta tal punto que su prosa se convirtió en modelo del bien decir e influyó decisivamente en los escritores españoles posteriores, entre ellos el propio Cervantes. RIQUER, M. (1989: 5)
De esta manera, Los cuatro libros de Amadís de Gaula se salvan de la quema.

(-) Las sergas de Esplandián. Obra también de Rodríguez de Montalvo (la edición más antigua conservada es de 1510). Esplandián es el hijo de Amadís de Gaula, como bien apunta del barbero, pero el cura considera que “no le ha de valer al hijo la bondad del padre”. Así se convierte en el primer libro que va a la hoguera. Cervantes parece lamentarlo, que afirma que “el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba” (cap. VI).

(-) Amadís de Grecia. Amadís de Grecia pretende ser el nieto de Amadís de Gaula, pero ya no lo escribió Rodríguez de Montavo sino Feliciano de Silva, en 1530. Se caracteriza por su estilo altisonante y enrevesado. Por eso, en el primer capítulo del Quijote, Cervantes asegura que los libros de Feliciano de Silva son los favoritos de su personaje y de dedica a parodiar su prosa. Más adelante explica que Amadís de Grecia es uno de los ídolos de don Quijote: lo considera mejor que el Cid Ruy Díaz, “porque de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes” (cap. I).
De hecho, este Amadís es el primero de una larga de libros de ínfima calidad literaria. En ellos según Riquer,
el estilo degenera cada vez más y se hace más pomposo, campanudo, amanerado e intrincado, al paso que las aventuras son cada vez más inverosímiles y arbitrarias. (…) Muchos libros de caballerías más, independientes de los ciclos de Amadís y Palmerín, se escriben y publican en Espala durante el siglo XVI, entre los que abundan los disparatados y absurdos, que acarrearon el desprestigio de todo el género. RIQUER, M. (1989: 6)
Así lo entienden los personajes del capítulo XVI del Quijote, que los envían todos a la hoguera. Ahora bien, en su condena, el cura da a entender que conoce bien el argumento de Amadís de Grecia: “Pues vayan todos al corral —dijo el cura—; que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, ya sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante” (cap. VI).

(-) Don Olivante de Laura. Escrito por Antonio de Torquemada en 1564. El cura lo califica de “tonel”, por sus grandes proporciones, “mentiroso”, “disparatado y arrogante” (cap. VI) por lo que se va a la hoguera.

(-) Jardín de Flores. Escrito por Antonio de Torquemada en 1570. Supuestamente no se encuentra en la biblioteca de don Quijote, pero el cura alude a él para destacar que es igual de mentiroso que el anterior.

(-) Felixmarte de Hircania. Se trata de uno de los libros que el cura decide enviar a la hoguera “a pesar de su extraño nacimiento [del protagonista] y sonadas aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo” (cap. VI). A este libro, escrito por Melchor de Ortega en 1556, se alude erróneamente con el título de Florimorte de  Hircania en el capítulo VI. En cambio, cuando vuelve a aparecer en el capítulo XXXII como uno de los favoritos del ventero, ya se le da su nombre correcto.

(-) El Caballero Platir. Como en él no encuentra “cosa que merezca venia”, el cura también lo sentencia a la hoguera. Se trata de una obra anónima de 1533 que forma parte de la saga de los palmerines.

(-) El Caballero de la Cruz. Otro de los libros que el cura condena a la hoguera con este argumento: “por nombre tan santo como este libro tiene se podría perdonar su ignorancia; mas también se suele decir «tras la cruz está el diablo». Vaya al fuego”. Con este título Cervantes puede referirse a Crónica de Lepolemo, llamado el Caballero de la Cruz cuya versión castellana publicó Alonso de Salazar en 1521 y que tuvo una segunda parte, El libro segundo del esforzado Caballero de la Cruz Lepolemo,  de 1563, atribuido a Pedro de Luján.

(-) Espejo de caballerías y los poemas originales de (+) Mateo Boyardo y (+) Ludovico Ariosto. El hallazgo de Espejo de caballerías les sirve al cura y al barbero para hace una disquisición sobre las malas traducciones.
Espejo de caballerías es una especie de traducción en prosa, del Orlando innamorato (1486), de Mateo Boiardo. El autor es Pedro de Reynosa, que publicó su versión en tres partes, entre 1533 y 1550, y luego se fundieron en el Espejo de Caballerías (1586). El protagonista es Reinaldos de Montalbán, que ya aparece citado en el capítulo I, cuando dice que es uno de los favoritos de don Quijote. El cura, en cambio, le considera a él y a sus compañeros “más ladrones que Caco”. Sin embargo, da a entender que el problema está en la mala versión española ya que se plantea no quemarlos “porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto” (cap. VI). Este último, el famoso autor de Orlando furioso, también escribió poemas caballerescos relacionados con Reinaldos de Montalbán.
El cura muestra su admiración por estos poemas en italiano, pero no las traducciones españolas: “si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza” (cap. VI). Ante el escepticismo del barbero, que dice tener en su biblioteca el original italiano y no haber entendido nada, el cura lamenta que la versión castellana de Orlando Furioso “le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua.
La conclusión del cura es que estas traducciones de echar y depositar “en un pozo seco, hasta que con más acurdo se velo que se ha de hacer dellos” (cap. VI).

(-) Bernardo del Carpio. Bernardo del Carpio fue un personaje legendario de la Edad Media española. Se trata de uno de los héroes favoritos de don Quijote, porque “en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado” (cap. I). El libro, escrito por Agustín Alonso en 1585, por su falta de verosimilitud, el cura decide mandarlo a la hoguera.

 (-) Roncesvalles. El verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles, con la muerte de los doce Pares de Francia, publicado por F. Garrido de Villena en 1555, es otro de los libros que, para el cura, han de ir a la hoguera “sin remisión alguna” (cap. VI).

(-) Palmerín de Oliva. Es el primer libro, anónimo atribuido a Francisco Vázquez, de la serie de los Palmerines: El libro del famoso y muy esforzado caballero Palmerín de Oliva (1511). La condena del cura es contundente: “esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden dellas las cenizas” (cap. VI).

(+) Palmerín de Inglaterra. Compuesto, en portugués, por F. de Morales Cabral, fue traducido por Luis de Hurtado en 1547. Don Quijote considera a Palmerín de Inglaterra “el mejor caballero” (cap. I), junto con Amadís de Gaula. El cura ordena que este libro “se guarde y se conserve como cosa única” ya que considera que “tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propiedad y entendimiento”. Así pues, el cura decide que sólo este libro y Amadís de Gaula deben ser conservados.

(·) Don Belianís de Grecia. Se trata de una serie de libros escritos por Jerónimo Fernández, caracterizados por su falta de realismo: en los dos primeros de sus cuatro libros, el protagonista recibe 101 heridas graves. Don Quijote, en el primer capítulo, no acaba de entender cómo puede ser, pero, aun así, “alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella interminable aventura” y se platea acabarla él mismo. Este libro, muy citado a lo largo del Quijote, ya aparece en los preliminares (el soneto de Belianís) y, en el capítulo VII, don Quijote atribuye a uno de sus personajes, el sabio Fristón, la desaparición de su biblioteca.
A la hora del escrutinio, el barbero desea salvar de las llamas al “afamado Don Belianís”. Así se lo concede el cura, pero, dado que contienen numerosas “impertinencias” le advierte: “tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dejéis leer a ninguno” (cap. VI).

(+) Tirante el Blanco. Cuando el cura ya había decidido tirar a la hoguera el resto de libros de caballerías, se topan con el Tirante el Blanco, la versión castellana del original catalán de Joanot Martorell, publicada en 1511 y obra de un traductor anónimo. El cura se deshace en elogios hacia este libro, hace un  compendio de sus personajes principales y afirma que “por su estilo, es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus casas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que los demás libros carecen”.
La opinión favorable del cura queda sellada al final del párrafo cuando le dice al barbero: “Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho”.
Sin embargo, justo antes, aparece el que ha venido en llamarse (a partir de la frase de Clemencín, “el pasaje más oscuro del Quijote”. En efecto, entre todos esos elogios, el cura dice “Con todo eso, os digo que merecería el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida”.
Gran cantidad de autores han intentado encontrarle un sentido a esta frase, con resultados contradictorios. TORRES, A. (1979: 131) repasa las explicaciones que dieron Clemencín Vaeth, Savisanti, Mendizábal y Martín de Riquer y considera que son todas “insatisfactorias”. Su interpretación es la que sigue:
Nos enfrentamos aquí con un vocablo (“necedades”) y una expresión (“de industria”). ¿A qué necedades se está refiriendo Cervantes? ¿Es posible que, hipotéticamente, se refiera a las mentiras, a la fantasía desbordante que pueblan los otros libros de caballerías, de actos inverosímiles, que Cervantes tanto detesta? Si eso fuese posible, nos hallaríamos con que la condenación del autor del Tirante, es una ironía, una sentencia indirecta contra los otros autores, y no contra nuestro autor. Toda la crítica del Tirant, dijimos antes, está llena de ironía y humorismo. Es obviamente irónico que los caballeros en esta novela coman y duerman en sus camas y hagan testamento antes de su muerte, algo tan dispar a los otros libros ya ardiendo en el fuego. Puesto que la crítica del Tirante está llena de humor e ironía contra los demás libros, ¿no podría ser que la condenación de su autor fuese también irónica? La interpretación en este caso sería: “Con todo os digo que merecía el que lo compuso ‘pues a propósito no ha hecho tantas necedades como los demás’, que le echaran a galeras por todos los días de su vida”. En esta hipótesis, si las necedades son las de los otros libros, y la sentencia es contra el autor o autores de necedades, se está condenando, indirecta e irónicamente, a los otros autores en la persona de nuestro autor que es inocente de ellas. Es como decir a una persona necia: «¡Qué listo eres, hombre!» e inmediatamente tachar a una persona inteligente de su necedad. TORRES, A. (1979: 136)
Se trata de una interpretación posible más, que tampoco acaba de aclarar el misterio alrededor de esta frase.

Al margen del escrutinio del capítulo VI, el cura vuelve a dar su opinión sobre libros de caballerías cuando valora la ‘biblioteca’ del ventero, constituida por tres libros: (-) Don Cironglio de Tracia, de Bernardo de Vargas (1545) junto con el ya citado (-) Felixmarte de Hircania y la (·) Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes, de Hernán Pérez del Pulgar (1580). Al cura le vendría en gana quemar los dos primeros, más no el tercero:
“Hermano mío, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera, y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo Gran Capitán, renombre famosos y claro, y dél sólo merecido” (cap. XXXII).
Se trata pues de una crítica sólo referente a la verdad histórica que el cura atribuye al tercero de los libros citados, sin referencia a su calidad literaria.


Otros géneros

Volviendo a la biblioteca de don Quijote, terminado el escrutinio de los libros de caballerías, el cura y el barbero se encuentran con los de unos libros de menor tamaño: los de “poesía”, como los define el cura, quien considera que “Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.
Esta opinión no es compartida por la sobrina, que teme que su tío se olvide de la idea de hacerse caballero andante y, entonces “se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.
El cura se muestra de acuerdo con la objeción y acepta seguir con el escrutinio.

(·) La Diana. La primera de las novelas pastoriles valoradas es La Diana, escrita por Jorge de Montemayor (1559). Esta obra, en la que se combinan el verso y la prosa, se considera la primera novela pastoril de la literatura en lengua castellana. Sobre ella, el cura dice: “soy del parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros” (cap. VI).

(-) Segunda parte de la Diana. Se hace referencia a ella en el escrutinio como “La Diana llamada segunda del Salmantino. El “Salmantino” es el amigo de Jorge de Montemayor, Alonso Pérez, que publicó este libro en 1564. El cura la sentencia a que “acompañe y acreciente el número de los sentenciados al corral” (cap. VI).  

(+) Diana enamorada. Se trata de otra segunda parte de La Diana, publicada también en 1564, por Gaspar Gil Polo, un escritor con el que, al parecer, Cervantes tenía muy buena relación e incluso le dedica una octava real en el "Canto de Caliope" de La Galatea. También aquí alaba su obra, por boca del cura, que sanciona que esta obra “se guarde como si fuera del mesmo Apolo” (cap. VI).

(+) Los diez libros de fortuna de amor. Novela pastoril de Antonio de Lofraso, publicada 1573, la opinión que el cura da de ella parece abiertamente positiva: “tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo, y el que no le ha leído, puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto” (cap. VI).
Sin embargo RIQUER, M. (2003: 125) considera que considera que esta alabanza tiene que ser irónica, puesto que Cervantes se burló de este libro y de su autor en el Viaje del Parnaso. Como pasa con la alusión a Tirante el Blanco también diversos autores han dado interpretaciones distintas a este párrafo. Sobre todo, teniendo en cuenta que la mayoría de críticos no tienen en buena consideración la obra de Lofraso. Pero, dado que el libro no va a la hoguera que la literalidad de la sentencia es positiva, debemos considerad que la opinión expresada en El Quijote es positiva.

(-) El pastor de Iberia, de Bernardo de la Vega (1591);  (-) Desengaños de celos, de Bartolomé López de Enciso (1586) y (-) Ninfas de henares de Bernardo González de Bobadilla (1587) son tres novelas pastoriles que resultan condenadas a la hoguera sin más comentarios.

(+) El pastor de Fílida. A diferencia de los tres anteriores, este libro de Luis Gálvez de Montalvo (1582), compuesto en siete volúmenes y de gran éxito en toda Europa, es positivamente valorado por el cura, quien asegura que el protagonista no es un pastor sino un “muy discreto cortesano” y sentencia que debe “guardarse como joya preciosa”.
(·) Tesoro de varias poesías. Obra de Pedro de Padilla (1580), poeta amigo de Cervantes. El cura hace aquí el papel de Cervantes ya que salva el libro “porque su autor es amigo mí”. Sin embargo, no deja de indicar que muchas de las poesías incluidas no están a la altura: “mester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene”. Finalmente decide salvarlo “por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que [su autor] ha escrito” (cap. VI).

(+) El cancionero. Obra López Maldonado (1586), otro amigo de Cervantes, y del cura. Sus elogios para con él no son tan matizados: “sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con la que los canta, que encanta. Algo largo en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese con los escogidos” (cap. VI).

(·) La Galatea. Aquí Cervantes se dedica a hacer autocrítica de su libro publicado en 1585. El cura declara que es “grande amigo mío es Cervantes” y asegura que es “más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada”. 
Así pues, como la necesidad de humildad le obligaba, hace una crítica suave de su obra y promete —como seguirá haciéndolo hasta su lecho de muerte— una segunda parte de La Galatea.

(+) La Araucana, de Alonso de Ercilla (un poema épico en tres partes, publicadas entre 1569 y 1589, en el que se narran episodios de la conquista de Chile), (+) La Austríada, de Juan Rufo (una epopeya editada en 1584 que habla de las hazañas de Juan de Austria) y (+) El Monserrato, de Cristóbal de Virués (poema en torno a la fundación del monasterio de Montserrat, publicado en 1587) son, según el cura, “los mejores que en verso heroico [un tipo de verso culto formado por octavas reales en versos endecasílabos] en la lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España” (cap. VI).

(+) Las lágrimas de Angélica. Es el último de los libros que, por casualidad, se salvan de la quema. Escrito en 1586 por Luis Barahona de Soto, quien, según el cura “fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio (cap. VI).

(·) La Carolea, de Jerónimo Sempere, 1560 y (·) León de España, de Pedro de la Vecilla Castellanos, 1586, son dos libros de batallas épicas que aparecen al principio del capítulo VII: habían ido a parar a la hoguera sin que nadie los hubiera valorado y “quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia” (cap. VII). Junto a ellos, y con la misma valoración, aparece también (·) Los hechos del Emperador, de Luis de Ávila. No se sabe a ciencia cierta a qué se refería Cervantes, ya que este autor no cuenta con ningún libro que lleve este título.

Además de los libros de la biblioteca de don Quijote, en el capítulo XLVIII, el canónigo alude a piezas teatrales que tuvieron éxito y son de su gusto por guardar los preceptos clásicos. Ahí tres tragedias de Leonardo de Argensola: (+) La Isabela, (+) La Filis y (+) La Alejandra. Para él, el éxito de estas obras es la constatación de que “no está la falta en el vulgo que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa” (cap. XLVIII) y cita a continuación cuatro otras obras igualmente admirables: (+) La ingratitud vengada, de Lope de Vega, (+) La Numancia, del propio Cervantes, (+) Mercader amante, de Gaspar de Aguilar y (+) La enemiga favorable, de Francisco Agustín Tárrega.
De las obras citadas, la más sorprendente es la alusión elogiosa para con su rival Lope de Vega. Donald McGrady afirma que “La ingratitud vengada no pudo llamar la atención de Cervantes por su calidad literaria. Resulta obvio que si el gran novelista la menciona, es por otras razones” (McGRADY, 2002: 127). Según este crítico, la razón de la cita estaría relacionada con las vinculaciones entre el argumento de la obra y la vida privada de Lope de Vega.




Conclusiones


A lo largo de este trabajo hemos visto las dificultades que supone tratar de dilucidar a ciencia cierta el sentido de la crítica literaria que quiso hacer Cervantes en el Quijote. Hemos visto contradicciones, algunas ironías evidentes y otras de muy solapadas. Hemos visto como un intelectual como él, partidario de la libertad de expresión, supuestamente se encarnaba en un personaje de resonancias inquisitoriales que se dedica a “quemar inocentes”.
Pero si el Quijote fuera un libro claro, llano, obvio, difícilmente habría pasado a la historia como el mito que es.
La intención de Cervantes, expresada por él mismo en el prólogo del Quijote, es hacer una invectiva contra los libros de caballerías. Sus opiniones sobre la calidad literaria están fundadas en las normas heredadas de los clásicos, de lo que son muestra su propia producción literaria. Pero detrás de los principios esculpidos en el frontispicio de la obra, encontramos razones para dudar de las auténticas intenciones del autor.
Cervantes asegura querer arremeter contra un género literario —ya tocado de muerte en el momento de publicación del Quijote— y consiguió con su obra que las novelas de caballerías ocupasen un mayor peso en la historia de la literatura.
No sabemos hasta qué punto las opiniones del cura —ese  “hombre docto, graduado en Sigüenza”— expresan las opiniones del propio Cervantes. Pero, hoy en día, no hay más que buscar en Internet cualquiera de las obras citadas en el escrutinio para constatar que la mayor parte de las referencias —y, en muchos casos, la única referencia— que nos ha llegado de ellas es la opinión que Cervantes puso en boca de su este personaje en el Quijote. Obras y autores destinados al olvido han quedado así inmortalizadas por la pluma de Cervantes.
El Quijote está lleno de crítica literaria. Una crítica que nos puede dar la impresión de estar hecha con intenciones explícitas y sentencias contundentes. Pero es sólo a un nivel superficial. A la que nos adentramos un poco en las contradicciones internas, nos encontramos con un mundo de matices y de lecturas posibles. Si escarbamos en la complejidad de la obra, vemos que hay más de incitación a reflexionar que a condenar. Lo cual parece una premisa realmente valiosa para fundamentar una crítica literaria.


Bibliografía citada

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BAKER, E. (1997). La biblioteca de don Quijote. Madrid: Marcial Pons.

BERNÁRDEZ RODAL, A. (2000). Don Quijote, el lector por excelencia. Lectores y Lectura como estrategias de comunicación. Madrid: Huerga y Fiero editores, S.L.

CERVANTES, M. (1978). Don Quijote de la Mancha. Edición de Luis Andrés Murillo. Madrid: Castalia.

McGRADY, D. (2002). El sentido de la alusión de Cervantes La ingratitud vengada de Lope en Cervantes Bulletin of the Cervantes Society of America. Núm. 22.2. The Cervantes Society of America. Disponible en:

MALDONADO PALMERO, G. (2004). Quién es quién en el Quijote. Madrid: Acento Editorial.

MONTERO REGUERA, J. (2006). “Libros y lecturas de un hidalgo”. En: LOZANO MARCO, Miguel Ángel. El Quijote, libro abierto. Miguel Ángel Lozano Marco (ed.). Alicante: Universidad de Alicante.

RIQUER, M. (1989). Nueva aproximación al Quijote. (7ª edición refundida). Barcelona: Editorial Teide, S.A.

RIQUER, M. (2003). Para leer a Cervantes. Barcelona: El Acantilado.

RUIZ-DOMÈNEC, J. E. (2005). “La herencia de la caballería”. En “Don Quijote 2005”, “La Vanguardia Grandes Temas”. Núm. 2. Barcelona.

TORRES, A. (1979). “El realismo de «Tirant lo Blanch» y su influencia en el «Quijote»”. Zaragoza: Puvill-Editor.